Arquitectura y fotografia son interdependientes de la misma manera en que la ciudad necesita de imágenes para poder materializarse. Es imposible entender la arquitectura a través de imágenes en dos dimensiones, ni siquiera con la tecnología 3D somos capaces de comprender una entidad que se nutre de una dimensión espacial y otra temporal.
La ciudad es un ser en estado infirmus, sus edificios luchan contra el caos entrópico. Si un edificio sobrevive al paso del tiempo se va consagrando de tal forma que sus reliquias siguen teniendo valor, el estatus sagrado de un edificio le condena a deteriorarse con mayor rapidez debido al gran consenso que se necesita para poder intervenirlo. Cuando un edificio obtiene una identidad nacional éste se convierte en un símbolo que representa a un grupo de edificios, en este caso a toda una ciudad. El símbolo se nutre del contexto, de su significado y belleza. En el contexto se vierte la historia y la cultura que representa el símbolo, su significado nos puede llenar de orgullo o rechazo sin demeritar en absoluto la estética y fuerza expresiva del edificio.
Las imágenes son la llave fundamental para despertar nuestro deseo de conocer, éstas alteran nuestras emociones y nos impulsan a convertirnos en testigos presenciales de otros contextos que nos son extraños. Solo nuestro sistema nervioso es capaz de observar totalidades, solo podemos entender lo que una ciudad significa cuando vivimos y nos apropiamos de la experiencia del estar ahí, dejándonos envolver por la presencia de la arquitectura. Fotografiar símbolos arquitectónicos produce iconos en el sentido bizantino de la palabra, en un lenguaje coloquial les podríamos llamar simplemente postales.
La fuerza de la imagen radica en su poder de persuasión, en su retórica y poética. Gregory Bateson decía que la formación de imágenes es inconsciente, es prácticamente imposible explicar con mil palabras el por qué un fotógrafo tomó la decisión de apretar el botón de la cámara justo en ese lugar, en ese preciso momento, bajo esas condiciones de luz, a esa hora del día, en ese ángulo, con ese filtro, y decenas de factores más que intervienen en la formación de imágenes.
El mundo está hambriento de imágenes, sin embargo, Heinz von Foerster nos dice que nuestro sistema nervioso central está clausurado operacionalmente, esto significa que no vemos la luz ni oímos el sonido, solo sabemos cuanta información recibimos pero no su naturaleza o cualidades. Esto se traduce en que es el cerebro el que genera las imágenes que percibimos, por lo tanto el espectador decide qué es lo que observa y de todo eso también decide qué es lo que entiende y finalmente decide qué es lo que siente. Considero que son las imágenes abstractas las que mejor detonan las emociones, nos remiten a los orígenes del cosmos, tabula rasa, libre asociación de ideas, proyección, desplazamiento, condensación, todos elementos oníricos, fantasmagóricos, alucinantes.
Cada uno entiende la realidad a su modo, por eso los símbolos tienen detractores y críticos pero al final la materialización de estos edificios depende de factores que sobrepasan la fama y personalidad de su creador. Decimos que hay estrellas en el horizonte de la arquitectura pero es una metáfora para entender el fenómeno arquitectónico contemporáneo, cada día avanza más el fenómeno de la colaboración en arquitectura, cada vez son más las oficinas cuyo proceso de diseño está en manos de dos o más personas. La forma no lo es todo, pero hay formas que rompen con lo establecido que no es más que nuestra noción de “limite”. Cuando esos límites se superan ni el contexto es suficiente, su belleza se impone creando un nuevo horizonte de sucesos, un fenómeno transformador, se ha derrotado a la entropía.
Para ser totalmente honesto me he visto inmerso en emociones muy fuertes cuando me he encontrado en presencia de ciertos ejemplos de arquitectura contemporánea, esas emociones han hecho una distinción en mi vida, me han llevado a reflexionar sobre la mística pero más importante a vivirla. La arquitectura es para mí algo consagrable, la fotografía un sacramento, y la ciudad son fragmentos desgarrados de una realidad simbólica compleja, desafiante, por eso nuestro hogar es ese fragmento de arquitectura que nos permite expandir nuestro ego y apropiarnos de la experiencia urbanita que nos conecta con eso que llamamos nuestra ciudad.